DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA

30-05-2011 Sala Clementina

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO 
PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN



Sala Clementina


Lunes 30 de mayo de 2001

Señores cardenales, 
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, 
queridos hermanos y hermanas:

Cuando el pasado 28 de junio, en las primeras vísperas de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, anuncié mi voluntad de instituir un dicasterio para la promoción de la nueva evangelización, daba un cauce operativo a la reflexión que había llevado a cabo desde hacía largo tiempo sobre la necesidad de ofrecer una respuesta particular al momento de crisis de la vida cristiana, que se está verificando en muchos países, sobre todo de antigua tradición cristiana. Hoy, con este encuentro, puedo constatar con agrado que el nuevo Consejo pontificio se ha convertido en una realidad. Agradezco a monseñor Salvatore Fisichella las palabras que me ha dirigido, introduciéndome en los trabajos de vuestra primera plenaria. Os saludo cordialmente a todos vosotros con el aliento por la contribución que daréis al trabajo del nuevo dicasterio, sobre todo con vistas a la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que, en octubre de 2012, afrontará precisamente el tema Nueva evangelización y transmisión de la fe cristiana.

El término «nueva evangelización» recuerda la exigencia de una modalidad renovada de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, donde los desarrollos de la secularización han dejado graves huellas incluso en países de tradición cristiana. El Evangelio es el anuncio siempre nuevo de la salvación obrada por Cristo para hacer a la humanidad partícipe del misterio de Dios y de su vida de amor y abrirla a un futuro de esperanza fiable y fuerte. Subrayar que en este momento de la historia la Iglesia está llamada a realizar una nueva evangelización quiere decir intensificar la acción misionera para corresponder plenamente al mandato del Señor. El concilio Vaticano II recordaba que «los grupos en los que vive la Iglesia, con frecuencia y por diferentes causas, cambian totalmente, de modo que pueden surgir condiciones completamente nuevas» (decreto Ad gentes, 6). Con mirada clarividente, los padres conciliares contemplaron en el horizonte el cambio cultural que hoy es fácilmente verificable. Precisamente esta situación cambiada, que ha creado una condición inesperada para los creyentes, requiere una atención particular para el anuncio del Evangelio, a fin de dar razón de la propia fe en realidades diferentes a las del pasado. La crisis que se experimenta conlleva los rasgos de la exclusión de Dios de la vida de las personas, de una indiferencia generalizada respecto a la fe cristiana misma, hasta el intento de marginarla de la vida pública. En las décadas pasadas todavía era posible encontrar un sentido cristiano general que unificaba el sentir común de generaciones enteras, crecidas a la sombra de la fe que había plasmado la cultura. Hoy, lamentablemente, se asiste al drama de la fragmentación que ya no permite tener una referencia unificadora; además, se verifica con frecuencia el fenómeno de personas que desean pertenecer a la Iglesia, pero que están fuertemente plasmadas por una visión de la vida en contraste con la fe.

Anunciar a Jesucristo único Salvador del mundo es más complejo actualmente que en el pasado; pero nuestra tarea permanece igual que en los albores de nuestra historia. La misión no ha cambiado, así como no deben cambiar el entusiasmo y la valentía que movieron a los Apóstoles y a los primeros discípulos. El Espíritu Santo que los impulsó a abrir las puertas del Cenáculo, constituyéndolos evangelizadores (cf. Hch 2, 1-4), es el mismo Espíritu que mueve hoy a la Iglesia hacia un renovado anuncio de esperanza a los hombres de nuestro tiempo. San Agustín afirma que no se debe pensar que la gracia de la evangelización se difundió sólo hasta los Apóstoles y que, con ellos, aquella fuente de gracia se agotó, sino que «esta fuente se manifiesta cuando fluye, no cuando deja de manar. Y fue así como la gracia a través de los Apóstoles llegó también a otros, que fueron enviados a anunciar el Evangelio... Es más, ha continuado llamando hasta estos últimos días a todo el cuerpo de su Hijo Unigénito, esto es, a su Iglesia extendida por toda la tierra» (Sermón 239, 1). La gracia de la misión necesita siempre nuevos evangelizadores capaces de acogerla, a fin de que el anuncio salvífico de la Palabra de Dios no desfallezca en las condiciones mudables de la historia.

Existe una continuidad dinámica entre el anuncio de los primeros discípulos y el nuestro. En el curso de los siglos la Iglesia jamás ha dejado de proclamar el misterio salvífico de la muerte y resurrección de Jesucristo, pero ese mismo anuncio tiene hoy necesidad de un renovado vigor para convencer al hombre contemporáneo, a menudo distraído e insensible. La nueva evangelización, por esto, deberá encargarse de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual la existencia personal permanece en su contrariedad y carece de lo esencial. También para quien sigue vinculado a las raíces cristianas, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer que comprenda que ser cristiano no es una especie de vestido que se lleva en privado o en ocasiones particulares, sino que se trata de algo vivo y totalizante, capaz de asumir todo lo que de bueno existe en la modernidad. Confío en que, en el trabajo de estos días, tracéis un proyecto capaz de ayudar a toda la Iglesia y a las distintas Iglesias particulares en el compromiso de la nueva evangelización; un proyecto en el que la urgencia de un anuncio renovado se haga cargo de la formación, en especial para las nuevas generaciones, y se conjugue con la propuesta de signos concretos adecuados para hacer evidente la respuesta que la Iglesia pretende ofrecer en este momento peculiar. Si, por un lado, toda la comunidad está llamada a vigorizar el espíritu misionero para dar el nuevo anuncio que esperan los hombres de nuestro tiempo, no se podrá olvidar que el estilo de vida de los creyentes necesita una credibilidad genuina, tanto más convincente cuanto más dramática es la condición de aquellos a quienes se dirigen. Por ello queremos hacer nuestras las palabras del siervo de Dios, el Papa Pablo VI, cuando, a propósito de la nueva evangelización, afirmó: «Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra, de santidad» (exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 41).

Queridos amigos, invocando la intercesión de María, Estrella de la evangelización, para que acompañe a los portadores del Evangelio y abra los corazones de quienes escuchan, os aseguro mi oración por vuestro servicio eclesial e imparto a todos vosotros la bendición apostólica.

 © Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana


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